David Chávez.
Desde que retomé el andar en bicicleta, y a unos meses de
regresar a México, a Colima, procuro respetar en la medida de lo posible la
lógica con que operan las calles y avenidas de la ciudad, sobre todo cuando las
uso, ya sea como peatón o como ciclista.
Así que de la casa a la oficina serán acaso quince
semáforos, pocos más, pocos menos, en los que me detengo cuando la luz roja así
lo indica.
Y a veces recuerdo los cuestionamientos, el paraquéteregresaste,
aquí todo está del carajo, a la gente le vale madre, así se hacen las cosas: a
este país se lo está cargando la chingada. Y románticamente me da por pensar
que ante mi déficit de afectividad que se mezcla con mi complejo de mortal
superhéroe regresé para cambiar mi patria, hacer algo por los demás, qué sé yo.
La verdad es que volví por otras razones. Pero yo soy mi patria.
Y entonces, mucho antes de que el onanismo mental me invada
como a esta aliteración, veo cómo adelante, en el siguiente semáforo, el señor
de la bicicleta lecherona verde se detiene cuando la luz roja del semáforo
aparece, casi al final del paso de cebra, colocándose junto al camellón para
circular por Ignacio Sandoval.
Es el mismo señor al que rebaso entre las 8:45 y las 8:55 horas una cuadra
atrás, entre la avenida General Núñez e Ignacio Sandoval.
Sonrío. Cualquier esfuerzo de mi parte ha valido la pena.
Ahora mis detractores me dejen tranquilo.
Ahí está: ahora somos dos. Seguro me ha visto en otras ocasiones al
detenerme en ese cruce de Sevilla del Río con Ignacio Sandoval, colocarme junto
al camellón y esperar la luz roja para doblar a la izquierda y continuar al
norte por Ignacio Sandoval hacia la oficina.
Me habrá visto. Habré servido de ejemplo. Y ambos semáforos
cambian a verde. Yo avanzo, él no avanza. Espera la flecha verde. A unos metros
de llegar a donde él está el semáforo nos da el pase. Él dobla a la izquierda. Yo
lo sigo metros atrás. Sonrío, estoy contento. Estoy contento, carajo y cómo no
estarlo si ya somos dos que respetamos la luz roja, que no cruzamos
intempestivamente la avenida; que así evitamos que cualquier culero con prisa
me alitere frases como esta, preferible a que me atropelle.
Y sigue avanzando. Voy detrás suyo. Sin embargo, todo se lo
carga la chingada cuando él enfila y se sube a la banqueta, a la misma acera de
la derecha donde estuvo a punto de atropellar a una señora que salía en ese
momento a barrer la calle. Luego da vuelta hacia la derecha en la esquina y
desaparece de mi vista, como mi sonrisa minutos antes.
Al carajo.
Y románticamente me da por pensar que ante mi déficit de
afectividad que se mezcla con mi complejo de mortal superhéroe todo ha sido mi
culpa: seguramente en alguna ocasión me haya visto hacer eso.
Tal vez no ahora,
pienso, que soy mayor.
Tal vez me vio haciendo eso cuando yo era todavía un niño, y
el mundo, mi mundo, en mi patrio de juegos que soy yo y mi cabeza, no había
tantos pinches autos, ni semáforos, ni gente que me echara a perder un paseo en
bicicleta.
1 comentario:
Pasear en bici en Colima se ha vuelto un verdadero reto, una carrera de obstáculos...
Excelente entrada :)
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