miércoles, marzo 15, 2006

una noche en Gördmand

david chávez


Creíamos serlo todo. Creíamos tenerlo todo. Creíamos escribirlo todo en esa tertulias que se desarrollaban ya en casa de Joy, ya en el depa de soltero que la madre de Rubens pagaba y que acompañábamos con güisqui robado de la cava del padre de Fernando.

Embriagado por el éxito (Podría preguntar irónicamente y sonreír cuando dijera, les dijera, me dijera a mí mismo: ¿por qué otra cosa podría ser?) de mi primera minificción alguien deslizó la idea: "conozco a un joven escritor, vive en Toluca, vamos a buscarlo. Publica en el suplemento Arena. Apellida Chimal. Quizá pueda publicar tu historia".

Se aprobó la propuesta. Todo mundo abordó los dos autos. En el de Jordi íbamos Marcela, el dueño del carro y yo. En el de Joy, en la cajuela, echamos las cosas, las mochilas, las libretas, serían la avanzada... después de la curva Jordi nos advirtió, alarmado: "¡David, David, los textos, tu cuento, tu cuento!". Marcela marcó al teléfono celular de Joy para que se detuviera y así fue. "¿Por qué hay tanta tierra?", "¿Dónde están los cuentos, los textos, las letras?", "¿Qué fue lo que escribiste en tu libreta?", me interrogaron.

"Escribí que los cuentos que escribo se hacían realidad. En uno de ellos un grupo como el nuestro iba en busca de un escritor para mostrarle sus cuentos. Camino a casa del escritor los textos se convertían en tierra", les expliqué.

"¿Y cómo termina?", me preguntaron a coro. "No lo sé", dije. Antes de que Marcela y yo comenzáramos a llorar por el texto perdido les confesé que el cuento estaba precisamente en la cajuela del carro de Joy, junto con el texto recién escrito hacía unos minutos...