lunes, abril 19, 2010

recordatorio

david chávez



De lo que se trata -me dijo Darwin en un suspiro- es de que la ola te revuelque lo menos posible... y salir bien parado de ello, y ser capaz de seguir adelante, aunque el agua salada te haga vomitar, aunque el esfuerzo te haya dejado cansado, aunque dejes de lado el tratamiento para la gastritis, aunque sigas fumando, aunque sigas bebiendo, aunque los amigos estén lejos y cerca.

Aunque te ardan los ojos -parecía decirme con su mirada canina- hay que seguir. Seguir escribiendo. Ladró. Que la prisa te motive, que la furia te impulse. Que el dinero vaya y venga, que lo que quieres no se te olvide. Que escribas. Que vivas. Que escribas. Me lamió la mano, bostezó como bostezan los perros, meneó un poco la cola y se largó a dormir sobre el sillón. Yo apuré el último trago de la cerveza rubia que estaba bebiendo -aún fría-, aplasté el cigarrillo a la mitad en el cenicero, apagué las luces y a tientas caminé hacia mi habitación. De camino recorrí con los dedos el pelaje de Darwin. Gruñó. Abrí la puerta, busqué en la oscuridad mi pequeña libreta de apuntes y con la luz del celular anoté: debo escribir más. Me saqué las botas y me tiré en la cama. A veces hay que pisar fuerte, murmuré. Fue lo último que recuerdo antes de quedarme dormido.

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lunes, abril 05, 2010

re-flexionado

david chávez


El tema, en sí, ya era de mi ocupación. Es decir, había pensado en él años atrás. ¿A dónde putas se larga el tren? ¿De dónde carajos viene? ¿Quién chingados es capaz de interpretar, entender su silbatesco lenguaje -fuera de los guardavías y demás trabajadores ferroviarios- que pronuncia y a veces tartamudea? Sobre esas dudas básicas, que a la mayoría -supongo- se nos cruzan como durmientes bajo las vías en el camino, había estado pensando y ahora, la casa sola, el pasto regado y creciente, las flores marchitándose a ratos, en turnos; los vasos de plástico azules en que puse una ciruela pasa a remojar, en que olvidé beber agua y en el que bebí agua, junto con los cuatro que permanecen encimados sobre la repisa, testimonian el silente cantar de los grillo que ya se han refugiado en la frescura cespedita.

Crepitan las ventanas con este calor potosino. A casi diez cuadras el tren avanza rítmicamente, con una sonoridad de palomilla que busca la luz. Suspira, o parece hacerlo, cuando pita. Y las casas le contestan crujiendo. Tengo la impresión de que la insensibilidad del gusano de metal que birla los caminos magueyeros, agaveros, y que conoce las intimidades montañosas es contagiosa. O al menos da esa impresión. ¿Quién podría decir que debajo de esa piel de hierro, de esa hermética y remachada y recalcitrada y asoleada piel hay hombres que la operan como neuronas al cerebro, la máquina, para que ande el resto del cuerpo, para que el cuerpotrenhumano incluso pite, silve, cague, se embriague de diesel, mezcal, vino, cerveza?

Como los pocos entendidos en la materia, como aquellos que nunca hemos tenido conocimiento ferrocarrilero mínimo, ignoro qué putas quiere decir la mirada de un tren, si es que acaso tiene mirada, si es que acaso sólo alumbra el camino. ¿Y qué putas debe iluminar el camino si tiene la senda marcada, si no puede hacer otra cosa que seguir los rieles, las vías? ¿De qué le sirve descarrilarse, abandonar la senda metálica que le quema los pies, si lleva tras de sí vagones cargados? ¿Lo hace acaso cuando lo desea o tiene que esperar que algo, alguien se atraviese en su camino?

Sísificamente, es triste verlo pasar, aullando, gritando, alardeando acerca de sus viajes, sus ires y venires. Ellos llevan, transportan. ¿Quién los lleva, los transporta a ellos?

Compadezco, en ocasiones, a los treneshumanos. Son poderosos, capaces, viajeros, nada los hiere, su coraza metálica los protege. Y qué bueno. Jamás serán heridos. Vale un mantenimiento para seguir su camino. Y ese es el problema. Tanta locomoción, es cierto, tanta potencia y determinación... guiada por los rieles, caramba, carajo, gatdemon, que no pueden saltarse. Yo, para mi consuelo, me levanto de la piedra en que estoy sentado, enciendo un cigarro y vuelvo a casa, a unas cuantas cuadras de aquí. Cruzo las vías cuando el tren ha pasado. Esa es una dicha que un tren no puede obtener.


San Luis Potosí, México. 5 de abril de 2010

altamar

david chávez


Hay botellas en las que, simplemente, por más que uno lo intente nomás no cabe. Entonces, al no caber, uno simplemente un día se arroja al mar -no en el sentido storniano- y se deja llevar por el bamboleo de olas, holas y corrientes. Después de un tiempo, mareado por tanto vaivén, uno simplemente arroja el corcho y vomita el mensaje que lleva dentro. Tal vez eso sea, simplemente, de lo que se trata de hacer en esta pinche vida.

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