domingo, agosto 09, 2009

Perro que ladra

David Chávez



Darwin camina a mi lado. A veces se entretiene olisqueando insectos o plantas que luego mea para después alcanzarme con un trote suave. Darwin viene a todas partes conmigo. Viaja conmigo. A Darwin le vale madre la gente. Si alguien se acerca a saludarme no gruñe, simplemente mira fijamente a la persona, luego me lame la mano y avanza unos pasos. Con permiso, debo irme, digo, y seguimos avanzando. Tal vez Darwin me cuida o me cela, no lo sé, pero sabe cuando no quiero detenerme a hablar con alguien.

En casa es el mismo. Huele mis deseos. Se inquieta y parece impedirme el paso cuando decido levantarme, tomar el teléfono y marcar su número. Me mira y su cara parece decirme: ¿para qué le llamas? De todas formas marco su número. Darwin se resigna, lanza un suspiro y se echa a mis pies. Cualdo cuelgo sus ojos me miran fijamente. Estoy molesto. ¿Ya ves, pendejo? Te lo dije, parece decirme. Lo acaricio un poco y lame mi mano.

Salimos a caminar de nuevo por la tarde y la gente nunca hace caso de Darwin, como si él no existiera, como si fuera una sombra, como si fuera un perro más. Creen que Darwin es un perro callejero (su madre fue una collie, su padre un pastor alemán, él tiene cara de Cerbero) y no es hasta que los mira a los ojos, cuando los observa con detenimiento y lame mi mano cuando se fijan en él. Los miro y cuando me despido pienso en lo que me preguntan, en el tiempo que me queda por estos rumbos, en mi regreso, si me quedo allá o qué planes tengo. A Darwin parece inquietarle que sólo yo respondo. Ignoro qué planes tienen ellos. No sé si realmente se acuerdan de mí o si soy sólo la sombra, el recuerdo del que una vez conocieron, del tipo que hace más de tres años salió de sus rutinas, sus reuniones en los bares, al que dejaron de ver con aquella chica morena clara, de pelo chino y ojos grandes que vive en Guadalajara.

No sé si ellos pensaron que Darwin y yo los estaríamos recordando. Cuando uno piensa a las personas las mantiene vivas, o tal vez sólo mantiene viva una forma de ser de esa persona. Al volver a ver a esa persona, esa forma de ser que uno mantiene consigo de ella es totalmente distinta a la forma de ser actual. Darwin puede darse cuenta de eso. Las fosas de su nariz se abren y cierran discretamente, lo he visto, como si oliera algo profundamente. Pareciera que Darwin suspira por mí cuando estamos pensando en alguien. Cuando nos encontramos en la calle con esa persona Darwin actúa diferente cada vez, dependiendo del grado de cambio que se haya operado en esa persona.

En algún momento he creído que Darwin y yo hemos muerto. Es decir, que para pocas personas estamos vivos. "Pensar que son pocos quienes nos piensan nos hace pensar en ellos", digo en voz alta. Darwin enmarca las cejas y me mira, interrogante. Tú sabes bien de lo que estoy hablando, le digo. Se echa de nuevo y me sigue con la vista. Camino por la sala pensando en voz alta: ¿lo sientes, Darwin? Esta sensación. Es como probar una fruta sin conocerla, de nombre y aspecto raro pero con un sabor agradable. Como un durazno. Como dejar 70 duraznos en casa, salir, irse a trabajar y durar en el trabajo tres años, pensando siempre en los duraznos, pero al regreso sólo hay cinco. Cinco duraznos que pueden sembrarse y de ellos recoger fruto.

Hay veces, le digo a Darwin, que cuando muerdo un durazno sabe bien, pero a la quinta mordida me sabe ácido. Darwin bosteza. Tienes razón, esto es aburrido. ¿Quién sabe si los duraznos piensen en nosotros como nosotros en ellos?, le digo. Darwin lanza un suspiro. Perro que ladra no duerme, le digo, se levanta y salta al sillón donde me siento para comenzar a leer un libro. Darwin se echa a mi lado.