miércoles, junio 14, 2006

El pigmeo mayor: sobre el líder y La rebelión de los pingüinos

David Chávez

Meridiano, de Mérida quiero decir, regresa Agustín Monsreal a Colima. Hace unos años, cuando se presentó A la salud del cuento, el libro–entrevista que el grupo Voz de tinta realizó, hablaba de la amistad que Monsreal sostiene con el cuento. Ahora lo confirmo. De tan íntimos que son resultó Los hermanos menores de los pigmeos o Alacena de triquiñuelas y frioleras o La rebelión de los pingüinos.

Y es que esta “Obra Compuesta por el Maestro del Arte Noble de Escribir y Contar D. Agustín Monsreal E Interián Oliver y Boldo” es tan familiar como todo lo que nos acontece cada día. Porque esa convivencia del autor y lo escrito se deja ver en sus cuentos; vaya, tan familiar es que hasta Dios es una constante en sus pingüinos, en sus triquiñuelas narrativas, en la friolera que es este libro, en la vida independiente de los pigmeos, las minificciones, microcuentos, ultracortahistorias.

Don Agustín comenzó a publicar rondando los treinta años. Según los estudios neuropsicologistas de Gustav Besetzung y Segio Adelfo Alcalá Hera citados en este libro por el autor, la edad productiva de Monsreal puede ser clasificada en el segundo grupo de los cuatro en que los autores comienzan a escribir. A esa edad recibió el impulso creador el noble literato y vayan ustedes a leer de dónde y cómo fue.

No sé en qué lugar conoció a estos pingüinos letrosos que hoy presentamos. Hace años que no hablo con él. Ignoro también de dónde sacó la friolera de cuentos, aunque sospecho que las noches de desvelo y café, o sus charlas de cuates con Dios e incluso algún posible viaje al Congo pudieran ser la clave para descubrirlo.
Por eso hay que estar atentos.

En sus páginas introductorias el Maestro del Arte Noble de Escribir y Contar revela su verdadera identidad literaria. Y como si fuera cosa vana, regalo para escribidores mortales, deja como por olvido intencionado la información que por años uno anda buscando para resolverle la vida al personaje del texto propio, esa que se pretende encontrar para lograr el cuento perfecto, bien hecho, bien escrito, que arranca la reflexión, que enreda al lector y lo mete a los burdeles que las sirenas abrieron en tierra firme, a las tantas y tantas imágenes e historias –quizá de los pigmeos, probablemente suyas- que nos presenta.

Desde la página 15 hasta la 253 o mal llamada Anís del Mono o titulada Epílogo de la iniciación conocí a los pigmeos de una forma que nunca había imaginado: a cachitos, por partes, uno a uno; por medio de cartas dirigidas a endomingadas, Auroritas Boreales, Viudas Negras, Soberanas mías (o suyas), Niñas de mis ojos (o de los suyos), Caperucitas rojas, Apagafuegos, Maldemialmas, Perfectacasadas, reproches ocultos a Dios, los piques con los clásicos griegos por demostrarles, a varios miles de años, la neta del planeta y de la historia y en sus historias…

La rebelión de los pingüinos parece que fue formulada para equilibrar porcentajes lectores y editoriales, nos trae definiciones de la vida, acercamientos celestiales, historias de la urde, Rodillas sucias, meditaciones de amores, relaciones y monólogos consigo mismo y con otras personas, testimonios de crímenes ficticios y literales, y los cuentos que, después de leídos, uno quisiera escribir.
Ahí están Cabecita blanca, Predicción a mansalva, A la sombra de una doncellez en flor, las Vidas paralelas, el Burlador burlado, un Rubor amoroso y las guarriexquisitas Lástima que no sea una puta y Recetas de la casa, sobre todo la uno y Uyuyuy I y II para ejemplificar las dulciagrias convenciones sociales.

Religiosamente, los monterrosianos temas están en esta Alacena de triquiñuelas y frioleras: el amor, la muerte y las moscas, como aparecen también las ganas de reinventar a Dios en La mala semilla, ese dios pigmeo que no se encuentra en el cielo porque entonces no podría ver lo que sus criaturas hacen en la Tierra.

Les digo que hay que estar atentos: que no los sorprenda como a mi Añoranza de mamá, en la página 160: todo se cimbra, todo pierde piso y el corazón se transforma en cebolla: pocamadrísimo cuento que se cuela hasta el meritito corazón del lector.
Yo sigo advirtiéndoles. No se fíen de estos pigmeos y menos del autor. Tan seguro de sí, con esos años que da la experiencia, nos revela las dudas que pondrían en jaque a Benedicto XVI e incluso al espíritu de Juan Pablo II que ronda por el Vaticano con las preguntas y reflexiones Del cuaderno de Pepetino o los cachonderísimos Encuentros con Eva. Aunque ahora que lo pienso, no debería advertirles. De la página 15 a la 51 tendrán ustedes sus instrucciones y advertencias y todo eso que necesitan. Hasta les van a dar un intermedio para que puedan hacerse de la vista breve…

Ya mejor no los aburro ni le hago tanto al cuento y los dejo para que lean. Ahí les va mi despedida, la que promete el pronto regreso, como en Los hermanos menores de los pigmeos, donde al autor, de tanto y tanto despedirse, se le nota que ni ganas tiene de irse, pero no se fíen, no le crean: va por víveres, orita regresa, no se tarda de verdad, quédense otro rato sigan leyendo están en confianza.

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