viernes, marzo 09, 2007

Lo terrible es que algo haga falta

david chávez

-- Lo terrible no es que tiemble, sino que no haya nadie ahí, a un lado, para decirle o decirte ay cabrón, qué culero se movió el suelo.
Así le dije a Norma y ella continuó con mi idea.
--Lo que nos asusta no es que la tierra se sacuda, sino que tenemos nuestros intereses puestos en el estéreo, en la casa, en la televisión y el dvd, en esas cosas que nos costaron muy caras y que no queremos que se rompan.
Respondí que sí y encendí un cigarro.
--Creo que lo que nos preocupa después de un temblor tan fuerte es si Fulano o Zutano se encuentran bien.
--¿Y quiénes son Fulano o Zutano? interrogó mientras ella también encendía un cigarro.
--Fulano y Zutano son esos amigos con los que estuviste unos minutos antes del temblor; tus padres, tus hermanos, tu familia, esos a los que quieres, esos a los que ibas a ver pero que por culpa del temblor quién sabe a dónde chingados se habrán largado.
--Entonces es más preocupante el compromiso que se hizo antes, durante y después del temblor- ajustó.
--Sí, en cierta forma sí- acepté.
--¿Siempre? Se dirige a mí al tiempo que mira los autos que pasan frente a nosotros y se lleva la taza de café a la boca para darle un trago largo que me deja en suspenso.
--¿Siempre es necesario que nos pasen cosas tan fuertes a todos, a la misma hora, estemos con quien estemos, para darnos cuenta de eso, para que miremos alrededor y digamos, qué chido, estoy con Fulano, estoy con Zutano?
--La mayoría de los que gritaron fue porque no estaban con aquellos a los que querían, o en su lugar favorito, o haciendo lo que les gusta hacer - contesté, y no supe si certeramente.
Nos quedamos callados. Desde el portal Medellín, sentados, podíamos contemplar las cúpulas ligeramente inclinadas de catedral a causa del temblor, mientras la gente seguía ocupada con lo suyo.
--Pinche Norma, tú sí gritaste. Casi llorabas... ¿por qué?
--¿Y por qué no?, me contestó con un tono a la ofensiva.
--No lo sé. ¿Por qué tú?
--Todo mundo tiene derecho a llorar y lo aplica cuando quiere, ¿no es cierto? - dijo ella, nerviosa. Ya sé hacia dónde vas Sergio, y si quieres saber si pensé que iba a morir sí, lo hice.
Inhalé más humo del cigarro. Comenzaba a ponerme nervioso. Norma se hacía pasar por una mujer fuerte, pero en realidad había muchos factores que la hacían permanecer así, inestable, como esos decaedros o pelotas de plástico con agujeros de diversas geometrías por donde los niños pequeños deben meter las piezas. Así es Norma. Y cuando una de esas piezas entra, algo en ella cambia y entonces suelta sus lágrimas, se caga de risa, se enoja o simplemente se enamora. Nunca supe qué tipo de pieza había sido yo, pero era claro que ya estaba fuera.
Ahora, a cuatro años del temblor, cuando la llamé para vernos y hablar al respecto ella, con sus aires de fuerza, con su madurez a cuestas, llegó y me saludó agradeciéndome la invitación y el haber estado con ella cuando el sismo. Fue terrible, dijo al sentarse. Y yo contesté lo que al principio.
--Y si vas a preguntarme también por qué temí morirme, te diré que fue porque... porque no lo sé.
Siguió hablando. La interrumpí para cuestionarle si era porque el miedo a morir se aparece cuando la muerte es probable y no hemos terminado de cumplir nuestra misión cuando estamos vivos.
--Podría ser – respondió moqueando. Apagó el cigarro. Hice lo mismo y encendí otro. Tenía que controlarme.
--Podría ser - repitió.
--Podría ser - secundé.
--Es que no hemos terminado lo que debemos hacer, no estamos con los que queremos ni en nuestro lugar favorito... no podemos escoger nuestra muerte, dijo.
--¿Miedo a morir con extraños? – deslicé.
--Puede ser. Pero es terrible esa sensación...
Cuando tuve el cigarro a la mitad hice memoria y recordé que cuando el sismo, un frío recorrió todo mi cuerpo. No me paralicé. No grité, no corrí, no huí, no recordé a nadie, no tuve miedo de morir. No lloré. Acaso porque desde pequeño he estado en contacto con los temblores, porque nada es mío, porque definitivamente no tengo nada que perder, excepto la memoria, las fuerzas, la imaginación o la vida, en el mejor de los casos. Por eso ya tenía todo por ganar. Sólo sentí frío y coordiné perfectamente mis movimientos. Ví el caos y eso me agradó. Para mí no fue tan terrible.
Sacudo la ceniza del cigarro en el cenicero, miro de nuevo las cúpulas de la catedral, los autos que pasan, a Norma sentada conmigo en la misma mesa donde hace un año estábamos sentados. Fija su vista en mis ojos esperando a que diga algo: bajo la mirada y la clavo en el cigarro: lo sigo hasta que llega a mis labios: inhalo y le digo a Norma, esa Norma que tanto quiero y que tanto me preocupa y que a veces odio:
--Lo terrible es que algo haga falta. ¿No crees?

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