miércoles, marzo 14, 2007

toc, toc, toc, toc, toc (primer episodio)

david chávez

Golpetea el lápiz sobre el escritorio. El ventilador gira espasmódicamente. Toc toc toc toc toc. Habla, murmura, farfulla. No entiendo lo que dice. Mesa su cabello duro, engomado, hasta desprender pequeñas bolitas que flotan en el aire. Golpea con el puño cerrado su escritorio. Lo deja ahí. Parece furioso. Retira la mano del escritorio, la lleva al auricular, lo cambia a su oreja derecha. Observa el teléfono.

Abre el cajón, saca una cajetilla de cigarros. No puede controlar su mano izquiera. Recarga el auricular en su hombro y utilza las dos manos. Enciende el cigarro con el encendedor que está en el bosillo de su saco gris. Exhala el humo con violencia hacía mi. Carraspeo un poco y sigo mirándolo.

Tienes que matarla, pendejo, tienes que matarla, escucho que dice con un susurro contenido en los dientes apretados en su boca. Como sea, acaba con ella. No podemos dejar que nos siga metiendo en problemas. ¿Sabes lo que pasará si la prensa se entera que las tres colecciones de esos artistas están en mi casa? Ese escándalo nos arruinaría. Piénsalo buen, cabrón. No quiero que nos lleve la chingada.

El humo llega hasta mi. En pocos minutos me acostumbro al olor. Camino nerviosamente para no alterarlo más. Es mucho lo que nos debe, es demasiado dinero. No. No la despidas. Eres un pendejo. ¿Para qué, de qué nos serviría? Esa pinche vieja abrirá la boca. Sí, a pesar de que diga que no. Tienes que matarla. Sí, hazlo como quieras. La colección de piezas no va a volver al museo, entregarlas sería aceptar que yo las tenía. No, no las robé. Son mías, son un regalo. El mismo director del museo las trajo a casa. No. Nadie sospecha. Tienes que matar a esa pinche vieja pendeja, cabrón. Abrirá la boca, estoy seguro.

Me acerco al cristal de la ventana. El sol en el horizonte desciende lentamente. El ventilador sigue girando. Rac rac rac rac, rac rac rac rac. Ahora oprime con suma precisión el filtro del cigarro hasta aplastarlo. Lo lleva a su boca. Inhala. Arroja de nuevo el humo hacia donde estoy. deja a un lado del teléfono, junto a la agenda, el lápiz. Toma el periódico, lee los cabezales. Lee que la dirección del museo está a cargo de un hombre, no de una mujer.

No voy a pagar eso. No es lo convenido. El trato era que ella sacaría las esculturas y las pinturas del museo, te las daría a ti y yo les encontraría clientes. Si esa imbécil gastó el dinero en sus viajes a Japón, en sus cursos idiotas de hojalatería, de cómo pintar con brocha gorda es su problema. Le dije que jamás hiciera eso y no me escuchó. Sí, la auditoría fue por eso. Mucho dinero moviéndose, ¿qué necesidad había? Es su problema. Si perdió el empleo es su problema. Mátala antes de que venga a chillarme como una puta. Así no tendremos problemas. Ya veremos cómo nos arreglamos con el nuevo.

Avanzo un poco hacia el escritorio. Dudo. Acercarme más sería provocar su furia. Decido deambular un poco por la oficina. Está todo cerrado. El humo se queda en el techo, inmóvil. Yo estoy inquieto. Mira a todos lados. Frunce el entrecejo. Algo le dicen del otro lado de la línea telefónica que lo hace enfurecer más todavía.

Abre de nuevo el cajón. Saca un cenicero. Aplasta en él el cigarro a medio consumir. ¡Entonces házle como quieras, carajo!, ¡yo no te voy a pagar un puto peso, es tu problema!, ¡deshazte de esa perra, te digo! Raz. Colgó. Enmudezco. Se levanta del sillón. Sus manos van de nuevo al cabello, a la barbilla, a pensar. La suela de sus zapatos lustrados roza la alfombra. Rasp, rasp, rasp, rasp se escucha en silencio, en un ir y venir de preocupación.

Mira de nuevo el periódico. Pinche vieja, exclama. Pinche y mil veces puta. Ahora nos has metido en un buen problema, idiota. Se quita el saco. Lo coloca sobre el respaldo del sillón. De nuevo tiene un cigarro en sus manos. Lo enciende. Lo fuma. ¡Perra, si yo caigo tú caerás conmigo! Frac. Azota la palma abierta de su mano el escritorio. ¡Y tú, carajo, deja de estar chingando!, me grita.

Azorrillada, busco refugio en las paredes de la oficina. No encuentro nada. Él toma el periódico.

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