jueves, agosto 23, 2007

De prisa... II

david chávez

Es tarde, te has despertado tarde, muy tarde. Llegarás tarde. Lo sabes. ¿Llegarás a tiempo? Llegarás tarde, muy tarde, demasiado tarde (¿cuándo se sabe cuándo es demasiado?). Habrá un llamado de atención, tu jefe se molestará, podrías perder el trabajo. Piensas en lo que debes hacer. Bañarte no, desayunar tampoco. Deberás subir al auto y acelerar, queriendo relativizar el tiempo perdido, el tiempo ido, las horas consumidas de sueño, bailadas, bebidas unas horas atrás, fumadas para luego besarla, ir a su casa, coger y salir de vuelta a casa a intentar dormir algo.


Y estarás en la carretera pensando en todo eso, en que es tarde, muy tarde. Casi rezando porque el tráfico no te impida llegar a tiempo. Unos minutos, tan sólo unos minutos de tolerancia, insuficientes para tu jefe. Perderás el trabajo, te quedarás sin dinero, deberás buscar otro empleo. Y si te perdonan este retraso entonces juras que no volverás a llegar tarde, no tan tarde, que no irás con ella, quien quiera que sea, que te invite a su casa después de bailar, que cogerás más temprano, y pisarás el acelerador para rebasar el camión de pasajeros delante tuyo, verás el camión y parte de su carga: autos último modelo, que viene de frente, te darás cuenta de tu error y morirás prensado, ni duda cabe.

"¿En qué piensan aquellos que por una mala decisión, como rebasar, terminan condenados a muerte? ¿Qué piensan antes de morir?", piensas. Giras en tu cama, inquieto. Levantas el teléfono celular del suelo. Marcas un número. Cuelgas. Decides que será más verosimil llamar desde casa. "¿Hola? ¿Lupita? Mal, ¿puedes decirle a Don Fernando que estoy enfermo? Gracias, hasta luego". Cuelgas. "¿En qué piensan aquellos que por una mala decisión, como rebasar, terminan condenados a muerte? ¿Qué piensan antes de morir?", piensas. Nunca se llega tarde a la hora de la muerte.

No hay comentarios.: