sábado, febrero 07, 2009

Sobredosis de ocio I

Para Alicia.


David Chávez
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Anoche fuimos al bar. Al canta-bar. No pedí vodka. Preferí cerveza. Unas cuantas cervezas para aligerar el calor, para entrar en calor. Para imaginarme al líquido frío precipitarse desde el final de mi boca, desde el princpipio de mi garganta, hasta el interior de mi intestino, rompiéndose su madre mientras cae. En el fondo, muy en el fondo, elemento inanimado, quedaría quieto, balanceándose con mi panza entera, bailando acompasadamente con el resto de mis tripas cada vez que me muevo.

Hoy desperté a las once de la mañana, sin ninguna huella de dónde estuve anoche a no ser por el olor a cigarrillo en mi ropa y mi cabello. Desperté por culpa del aire fresco que se metía por la ventana y me enfriaba los pies. Sentía la lengua ancha. Busqué una cobija y me cubrí de pies a cabeza. Luego de pies a pecho. Al final tenía sólo medio cuerpo cubierto. Me limpié los ojos y comencé a leer El arpa y la sombra, de Carpentier. Hacía tres días que no leía, por eso retrocedí dos páginas más para agarrar el hilo de nuevo. Cincuenta páginas, me dije, cincuenta y me echo a dormir de nuevo. Leí cinco más de las que me propuse y si tardé más de dos minutos en cerrar los ojos fue mucho tiempo. Los abrí media hora después. Estoy leyendo a un ritmo de cincuenta páginas por hora. Quizá por la lectura (o el sueño) me dio hambre. Bajé a mear. La comida estaba casi lista, tal vez dentro de cinco minutos más. Subí y me cambié el pantalón. Luego bajé otra vez.

Casi me arranco la lengua de la mordida que me dí. Hice como si buscara separar algo con la lengua de entre el caldo que me llevé a la boca para disimilar un poco. Después tosí una, dos, tres veces y me llevé la servilleta de papel a los ojos y a la nariz. La humedecí más a causa de los lagrimones que por algún escurrimiento nasal. Me dolía ese mordisco. Malditas muelas del juicio. Maldita dentadura. Maldita lengua dilatada por la cerveza. Terminé de comer y me metí al baño. Me lavé las manos y me revisé la lengua. Ahí estaba la herida. Parecía que había intentado perforármela con un clavo y se notaba una especie de marca dejada por un punzón chico.


Subí de nuevo a mi habitación y seguí leyendo. Mismo método, misma velocidad, mismos resultados: cincuenta páginas leídas por media hora de sueño. Soñé ron, soñé vino tinto, soñé vino blanco, cerveza y cigarrillos. Soñé navegación, soñé ausencia, soñé la ansiedad de Cristóbal Colón. Soñé la voluptuosidad de Isabel la Católica, soñé unas quesadillas, soñé tus senos y tus labios y tu boca. Soñé que hacía calor, soñé que tenía una erección. Soñé a Colón cogiéndose a doña Isabel, a los hermanos Pinzón fornicando con mujeres indígenas que cubrían sus vergüenzas con apenas un pañito de lo que parecía ser fibra de algodón. A los indígenas de caras bobas, imbéciles, incrédulos entre las aguas claras del caribe antillano viendo a los españoles y su lascivia. Soñé que me ponía a escribir algo, no sé. Te soñé indiferente. Y sin querer volví a morderme la lengua y abrí los ojos y dije: puta madre! Pensé: me gusta la palabra lascivia. Se pronuncia, se desliza al pronunciarla como una víbora, como el candor y humor de una mujer de ojos grandes -como los tuyos- que cruza su mirada con un fleco de sus cabellos.


A pesar del calor que hacía sentí una especie de estremecimiento. Estremecimiento y hambre mientras leía. Terminé por fin el libro como "el aire que lo envolvía y traspasaba, haciéndose uno con la transparencia de su ser". Encendí la computadora. Leí algunos periódicos por internet y busqué algún rastro tuyo. Nada. Algo de música tal vez me animaría. Vi los libros que me quedan por leer. Hijo de hombre, de Roa Bastos. "Hueso y piel, doblado hacia la tierra, solía vagar por el pueblo en el sopor de las siestas calcinadas por el viento norte. Han pasado muchos años, pero de eso me acuerdo. Brotaba en cualquier parte, de alguna esquina de algún corredor en sombras. A veces se recostaba contra un mojinete hasta no ser sino una mancha más sobre la agrietada pared de adobe. El candelazo de la resolana lo despegaba de nuevo. Echaba a andar tantaleando el camno con su bastón de tacuara, los ojos muertos, parchados por las telitas de las cataratas, los andrajos de aó-poi sobre el ya visible esqueleto, no más alto que un chico." Y pensando en la muerte que ronda por todas partes me duermo otra vez.

Sueño que escucho cantar a Chris Cornell. In your house i long to be, room by room, patiently. I'll wait fou you there like a stone. I'll wait fou you there. Alone. Abro los ojos. La música brota de los audífonos. Susurro: i'll wait fou you there like a stone...



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