viernes, junio 12, 2009

tentativa de Humor de tierra 1 (fragmento)

david chávez




Un extraño olor me despierta. En realidad es un poco de humo con olor a pino, quizá, el que penetra por los pequeños espacios entre el vidrio y el marco de la ventana. Afuera hace frío. Un frío penetrante, húmedo; así que por más que me abrigue lo sentiré de todas formas. Es un frío óseo. Cuesta respirar. Tal vez el frío y no el olor me despertó. Me llevo la mano a la nariz tan sólo para comprobar que la tengo fría. Urgo dentro de ella y nada: las mucosidades están congeladas, áridamente estáticas. Al despegar con la uña del índice de mi derecha me viene un poco de dolor, luego una sustancia líquida y tibia ocupa el lugar del moco reseco que queda perdido entre las sábanas.

Una avalancha de mucosidad invade mi nariz. Aspiro fuerte, como intentando que el aire frío contenga, detenga en cierta forma el fluido. Con la manga de mi suéter me empeño en alejar de mí la comezón que recién comienza en la nariz y es entonces que lo noto: el olor a leña, a humo, se ha impregnado en la ropa. Entonces me da por pasear mi nariz por entre la sábana como a un perro que se lleva al parque. Mismo resultado. Todo tiene olor a humo, a leña, a leña de pino.

Pienso en eso, en cómo los olores se añaden a nosotros, se impregnan, viajan, nos hacen ser. En eso y en por dónde putas entra el olor, diminuto, atractivo, embriagante, a pino. Corro las cortinas y miles de pequeñas gotas deforman, lloran, el árbol de castañas de la casa vecina, la pintura desgastada de una de sus paredes, los techos de zinc de al lado, la mata de níspero, la ventana que está enfrente, abajo a la derecha, donde celebraban un cumpleaños anoche, y el cielo nublado con posibilidad de lluvia al final del día, como dijo el meteorólogo ayer, antes de cerrar transmisiones. Luego el paisaje, el naranjo, la calle, las aves que revolotean para quitarse el frío, se van deslavando poco a poco. Todo comienza a verse color cinco grados centígrados.

Cierro los ojos y exhalo fuerte para volver a empañar el vidrio de la ventana. Desaparecen las cosas que están afuera y se internan tras mis párpados. Veo el árbol de castañas de la casa vecina, la pintura desgastada de una de sus paredes, los techos de zinc de al lado, la mata de níspero, la ventana que está enfrente, abajo a la derecha, donde celebraban un cumpleaños anoche, y el cielo nublado con posibilidad de lluvia al final del día, como dijo el meteorólogo ayer, antes de cerrar transmisiones. Luego el paisaje, el naranjo, la calle, las aves que revolotean para quitarse el frío. Los veo y los huelo. De a poco su olor va rebasando y dejando atrás el humo de la estufa a leña que alguien encendió en la cocina y que sale por la chimenea para confundirse con la neblina, el rocío y el resto del humo que sale de las casas vecinas.

Abro los ojos y pienso en qué tanto el olor de las cosas nos obliga, nos indica, determina lo que somos, lo que hacemos. Cómo el humo de los autos es diferente al de todas las cocinas a la hora de la comida. Cómo ese humo determina la forma en que nos comportamos. Hay olores que te hacen bien, otros te chingan el día. ¿Qué tanto estamos dispuestos a oler, qué tanto podemos oler?, ¿cuando distinguimos un olor de otro es porque los dimensionamos, sabemos qué consecuencias puede tener oler una cosa u otra? "Si andas entre la mierda es difícil no ensuciarse", le escuché decir ayer a alguien en una oficina de gobierno, y ahora la frase cobra sentido para mí. ¿Qué tanto somos lo que olemos?, ¿qué tanto de lo que olemos nos hace ser lo que somos? Yo agregaría: "dime lo que hueles y te diré quién eres". Porque si es cierto que somos lo que albergamos, lo que defendemos, entonces somos lo que comemos, lo que escuchamos, lo que sentimos, lo que bebemos, el qué y el cómo, lo que hacemos y cómo lo hacemos. Lo que olemos, ¿es tan imperceptible que no nos damos cuenta de la forma en que logra determinar nuestra vida, nuestras acciones? No hay una forma particular de oler. Se huele y punto.

"Si andas entre la mierda es difícil no ensuciarse...", claro. También es difícil no olerla y mucho más difícil distinguir que uno hiede, apesta, cuando uno vive rodeado de hedores y pestilencias. Digamos, uno necesita no un cambio de aires, que es temporal, sino un cambio de olores y aromas, me digo. Entonces sigo esa comezón que sigue prófuga por todo mi cuerpo y la atrapo y aniquilo en mi nalga derecha. Me tiro un pedo. "Es el fragor del combate", pienso, y me río. Aspiro una vez más, fuerte, para contener el avance de mis mocos suicidas que quieren precipitarse desde mi nariz al suelo, a mis ropas: quieren huir. Los detengo. Doy un salto a la cama y me envuelvo entre las sábanas y las frazadas. Cierro los ojos e intento dormir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una ves soñé que decías: "Hueles a quinceañera virgen"

Pareciera la conciencia de este personaje hablandome en sueños.

JoniBoni

AlexaCrow dijo...

Hay olores que sin el mayor esfuerzo nos evocan situaciones casi tangibles... casi.