miércoles, julio 09, 2008

El plaf aniquilante y definitivo de mi mano que altera mi rest in peace...

david chávez
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A menudo me da por pensar en la finiquietud (llamémosle así, por favor: finiquietud, como la tranquilidad de quien descansa en una hamaca instalada en un patio en una casa en tecomán, en una entidad federativa mexicana llamada colima, capital del mismo nombre, bajo la sombra de tres limoneros, un aguacate y un mango, en la herradura intersticial que forman tres paredes construidas con ladrillos con barro extraído de armería, ciudad porteña y cabecera municipal cercana a la población antes citada, donde alguien descansa en una hamaca instalada en un patio en una casa en tecomán, es decir, en ese municipio que es parte de una entidad federativa mexicana llamada colima, capital del mismo nombre, bajo la sombra de tres limoneros, un aguacate y un mango, en la herradura intersticial que forman tres paredes construidas con ladrillos con barro extraído de armería, ciudad porteña y cabecera municipal cercana).
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Pienso, decía, en la finiquietud de lo asequible, como las palabras. Hay algunas, digo, que pueden ser transvasadas, atravesadas, como uno mismo, por alguna punzante razón, afilar ese instrumento ideático y dejar sin vida a alguna oración cualquiera con algo de sentido. Y hay quienes hilan palabras incluso y las venden como collares afuera de iglesias, ministerios, dependencias, escuelas, instituciones y otros lugares sobre los que no quiero pensar porque sería traerlos a la mente y prefiero mi mente despejada, tranquila, con brisa calma.
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Pienso, digo, en el último momento de lo que es y que está a punto de dejar de ser útil. Incluso nosotros. Pienso, pensemos, quiero decir, digo, digamos que dije, interrogando un poco, en lo que pasa con lo que alguien escribe en algún lugar, alguna vez. Estaba pensando, aclaro, en todo eso, hace unos momentos, cuando el plaf aniquilante y definitivo de mi mano, que no su peso contra mi brazo ni la ausencia de oxígeno que tal acción ocasionó por algunas micras de segundo, privó de la vida a un mosquito. A dónde se van esas palabras escritas. Qué pasa con ellas cuando quien las escribió ha muerto.
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Me da curiosidad. Tal vez se vayan al mismo lugar al que se van las fotografías que hemos logrado capturar con nuestra cámara digital y que no satisfacen nuestro criterio y se van, bay bay, adiós, orvuá, chau, sayonara, arrivederchi y demás connotaciones de despedida existentes que podemos aplicar también a los archivos con palabras-pixeles que hemos enviado a la papelera de reciclaje de nuestras computadoras y que vaciamos después, tal y como los correos electrónicos en nuestra dirección particular que consideramos deben irse para no ocupar mayor espacio, mayores baits. Palabras e imágenes en un limbo. Pienso en todo esto, en las palabras huérfanas, ya sin dueño, que alguien escribió y que alguien más, alguna vez, en algún lugar, leerá, y no sé si ese alguien en algún lugar compartirá lengua, lenguaje, cultura y forma y entenderá lo que alguien en algún lugar escribió.
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Meo. El líquido desaparece y es reeplazado por agua limpia en el excusado. Pienso en todo esto al tiempo que camino de regreso a mi hamaca que instalé en el patio de mi casa en tecomán, ubicada en una entidad federativa mexicana llamada colima, capital del mismo nombre, bajo la sombra de tres limoneros, un aguacate y un mango, en la herradura intersticial que forman tres paredes construidas con ladrillos que compré hechos de barro extraído de armería, ciudad porteña y cabecera municipal cercana a la población en la que antes he dicho que descanso en una hamaca que instalé en el patio de mi casa en tecomán, y el resto ya lo saben. Antes retiro de mi brazo el cadáver del mosco. Sumerjo relampagueantemente mi mano en la pileta donde cuando niño solía refrescarme a jicaradas con el agua costeña y limpio la sangre un poco seca.
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Me recuesto y pienso en la finiquietud de lo asequible. Pienso, digo, en lo solas que se quedan las palabras, en lo sin palabras en que se quedan los muertos. Ya no escriben, pero alguna vez pudieron haberlo hecho.
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7 comentarios:

P dijo...

¿Vos te acordás de tu vida antes de nacer?

No.

¿Vos te acordás del momento en el que naciste? ¿Te acordás del momento en el que empezaste a vivir?

No me acuerdo, ¿será que la transición del olvido a la consciencia es algo paulatino?

¿No será que cuando mueras va a ser igual?

Todo el mundo se acuerda de su primer recuerdo.

Si no, no sería el primer recuerdo.

Anónimo dijo...

letras probablemente.
letras letras.

deivid dijo...

y después de morir, recordaremos nuestro último recuerdo? digo, poniéndonos filo-sóficos... jejeje!

deivid dijo...

ah verdad? y que te quedas sin palabras... jejejeje!

Anónimo dijo...

no, sin internet es más preciso.
seguro que después de morir estaremos viviendo lo escrito.
usté dirá.

deivid dijo...

chance y sí.

Anónimo dijo...

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