miércoles, diciembre 21, 2005

Moderna relación entre modernistas

david chávez

Enrique González Martínez nació cuatro años después que Rubén Darío. Ambos poetas, el primero mexicano y el segundo nicaragüense, publicaron más de una veintena de libros. Darío, con Azul… y González Martínez con La muerte del cisne, logran atraer las miradas de sus contemporáneos, lectores y autores. La obra del nicaragüense marca el inicio del movimiento que permearía a Europa: el Modernismo.

Heredero del Simbolismo, el Parnaso y el Romanticismo, el movimiento encabezado por Darío surge a raíz de la búsqueda de una propuesta que rechazara la realidad social. Intentaba refugiarse en el arte ante la degradada realidad de aquel entonces, en un esfuerzo por encontrar la belleza, dado que las condiciones históricas del momento no podían ofrecerla: después de 1810 las ideas políticas de Francia llegaron con más fuerza a América; las discriminaciones entre clases sociales y razas se volvieron débiles, pero aún así no desaparecieron por completo y el continente comenzó a pensar en la unificación y en acabar con el colonialismo; además, los modelos socieconómicos se modificaron e influyeron en el contexto social.

Tomando como punto de partida el 1 de enero de 1804, fecha en que Haití se convierte en el primer país libre del yugo colonial en América, podremos observar que el ejercicio de las letras, en general, se encuentra hondamente marcado por el proyecto emancipador, liberador y contestatario de la vida social hasta 1860, cuando los recientes países logran cierto equilibrio. En Argentina culmina con la Constitución de 1853 y en México con la caída del Imperio (1867). Con excepción de Cuba y Puerto Rico, en 1830 el proceso de emancipación estaba terminado, aunque las luchas internas no habían acabado todavía.

Como no había una tradición de administración de gobierno, prevaleció la anarquía y el despotismo. De 1830 a 1850 predomina la inestabilidad. De 1850 a 1880 se empiezan a estabilizar las sociedades bajo el control oligárquico y el fortalecimiento económico derivado de una consolidación del comercio internacional. Se da, pues, el liberalismo ideológico en lo político y el romanticismo en lo artístico y literario.

Así como los movimientos económicos determinan el comportamiento social, este ejerce su influencia hasta las expresiones artísticas, por eso no es de extrañarse que el tema modernista trate de la situación del poeta en el mundo y la sociedad, un tópico que aparece en muchas variantes. Los modernistas responden conforme a su tiempo y su propuesta habla de frívolidades, se torna a veces sensual, brillante, solemne. En ocasiones adquiere un aire de expresividad refinada que sorprende y logra que el lector pueda ver al poeta desubicado en la sociedad a la que pertenece.

De 1881 a 1910 se produce un crecimiento acelerado de las ciudades capitales y se habla ya de una nueva burguesía que buscaba controlar tanto el mundo de los negocios como el de la política, en el que el arte no tuvo cabida. Los artistas se encontraron involucrados en la confirmación de sus países. Debido a la revolución industrial inglesa, muchos de ellos se enfrentan ante la decisión de incluirse o no en el incipiente progreso que la industria trae consigo e incluso se percatan de la deshumanización y la influencia que ejerce la mecanización en la vida cotidiana.

Es probable que Darío, modernista, y González Martínez, postmodernista, hablen por ello acerca del amor, el tiempo, la muerte, de cuestiones fantásticas, macabras, incluso sobrenaturales, del ocultismo y la magia; la condición humana, lo religioso, temas que no dejan de ser populares y que aspiraban a la evasión de la realidad, a la búsqueda de la belleza en otro campo que no fuera el político o el económico, a pesar de que ambos se desempeñaron sirviendo a sus respectivas patrias en el campo de la diplomacia y sobrevivieron con éxito a los cambios drásticos.

Para escapar de la lucha de clases, de razas y status, el Modernismo se refugió en el lenguaje literario y desde ahí exhibió su inconformidad, su rebeldía, el conflicto del autor con su tiempo. Recrear mundos y utopías parecía ser el objetivo.

Tras el auge de esa vanguardia literaria, Enrique González Martínez propone, según Jaime Torres Bodet en el prólogo a Tuércele el cuello…, “abandonar ciertas galas superfluas: las que había difundido en América el Modernismo. No era culpable Rubén Darío de tantas galas. El nicaragüense había adornado muchas veces su pensamiento con joyas entre las cuales no resultaron siempre los brillantes”. Con lo anterior, González Martínez no buscaba confrontar a la obra de Darío.

Luego de que el Modernismo situara a los autores frente a las posibilidades del lenguaje y los convenció de aspirar a un mundo que se antojaba utópico, el autor de La muerte… manifestó que no era necesario encontrar la belleza en formas tan elaboradas, tan lujosas de la poesía. Si bien Enrique González aconsejó a sus seguidores torcer el cuello del cisne, o acabar con el Modernismo, no lo hizo con ese fin; antes bien, pretendía orientar a aquellos que se internaron en la senda de la imitación hacia posibilidades más cercanas, más accesibles que las propuestas en Azul….

Y no era la poesía rubendariana un mal modelo, al contrario: quien aspirara a inscribirse en la corriente modernista debía poseer la sapiencia, las lecturas y las vivencias de los cosmopolitas. Tales requerimientos, a finales de 1880, año en que se publicó Azul…, se tornan difíciles de cumplir puesto que el desarrollo del capitalismo, la democratización, el incremento de servicios educacionales y el crecimiento del sector social afectaron en gran medida la ubicación de los polos culturales, dispersaron los centros educacionales y provocaron que la educación no se destinara a un sector social en particular. Las escuelas se enfocaron entonces a transmitir los conocimientos esenciales, y para hacerlos llegar a la mayor parte de la población sacrificaron la riqueza en cuanto a contenidos y volvieron triviales y simples tópicos sumamente importantes.

Debido a esto, González Martínez sintió que era necesario encontrar un camino que llevara al mismo lugar que el Modernismo, que se adaptara, sin melódicas acrobacias, a lo que él estimaba más, la majestad simbólica de la vida. Quizá por eso resultan tan expresivos los títulos de los libros con cuya publicación inició su obra definitiva: Silenter, en cuyos poemas evoca el poder armónico del silencio.

Enrique González impulsó una etapa en el Modernismo que se define por una reacción hacia la búsqueda de la belleza encabezada por Darío, pero de acuerdo con el nicaragüense en la preocupación ética; esto provoca un rompimiento, un reinicio modernista: el Postmodernismo. El proceso del conjunto y de las diferencias individuales, obstáculos para definir al movimiento, se ofrece también en cada poeta inscrito en él. En su base, la voluntad del Modernismo era manifestar la crisis de una época en que el individuo actúa rebelándose e imponiendo sus propias perspectivas por sentirse inconforme con lo consagrado.

Modernismo significa tendencia hacia la modernidad, una exigencia por ser moderno, lo que lleva al propósito de cambio, algo que se lleva a cabo con la propuesta de González Martínez. Y tiene su mensaje, dirección, su designio de cambio, su función revolucionaria. Por eso, para torcer el cuello del cisne se necesitan imágenes para revelar la esencia que se oculta bajo las apariencias, un diálogo consigo mismo, cierto individualismo, la angustia metafísica, la hipersensibilidad, el apuro de vivir y gozar el instante… ser moderno.


Referencias:

Azul... Rubén Darío. Edición de Antonio Oliver Belmás. Ed. Porrúa. México 1979

Tuércele el cuello al cisne y otros poemas. Enrique González Martínez. Ed. FCE/SEP. México, 1984.

http://www.tmx.com.ni/rubendario/cronologia.htm

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