viernes, julio 16, 2010

deivis&cheves 30

david chávez


A Olivia Cannales, por el dato.


Años atrás, antes que pensara en hacer a David, me dijo don Benjamín, yo era chofer de José Alfredo Jiménez. Bil, que venía por una cerveza, alcanzó a escuchar, como lo hicieron también Renata y dos clientes más. Yo me quedé helado. ¿Qué, no me crees? Ja. Bueno, no es que no le crea, don Benjamín, pero es que lo sé, es extraño, ¿verdad? Sí, digo, bueno muchacho: uno no anda por ahí contándo que fue el chofer y amigo cercano de uno de los cantautores más famosos de México. ¿Y, qué pasó? Renata y los otros clientes se acercaron. Bil también. Primero, otra ronda para los que están en la barra.

Luego brindamos por cualquier cosa, por el gusto de estar, de tener un buen trago entre manos. De un trago terminó con su tequila, me pidió la botella y cuando se sirvió otro comenzó a contarnos lo que todo el mundo sabe es que esa canción, el corrido del caballo blanco, se la dedicó no a un caballo: en realidad era su Cadillac del 57, blanco, obviamente, en el que salimos de Guadalajara hasta Ensenada, Baja California. El resto de la historia está en la letra de la canción. Bil, Renata y el par de clientes comenzaron a fumar.

José Alfredo me llamó un día para que pasara por él. Estábamos en Guanajuato, descansando después de una gira a la que lo acompañé. Para perderle un poco el miedo a la gente el cabrón me echaba a mí primero a los leones. ¿Cómo? Sí: me decía: ora, Benja, véme calentando a la gente: échate una desas que tú sabes. No seas cabrón, le decía. Yo ni sé cantar. La gente en la barra sonrió. Pues el otro día fue todo lo contrario, le respondió Renata. Bueno, la cosa es que yo tenía que salir y cantar unas que otras canciones, hasta que José Alfredo agarrara valor con tres, cuatro tequilitas, a veces media botella, dependiendo el ánimo, y salía a cantar.

Ese día fuimos a comer al centro, ya en la tarde. Ahí nos alcanzaron otros amigos suyos y comenzamos a cantar. Benja, vamos a la cantina del Negro. A José Alfredo le gustaba ir para allá porque era una cantina más chica, donde se había iniciado a cantar. El Negro era muy amigo suyo, bueno, de los dos. Crecimos juntos. Allá fuimos. Vaciamos botella tras botella, José Alfredo, yo y otros amigos cantábamos por turnos: ¿te acuerdas de esta? y comenzábamos a cantar, hasta que sólo quedamos el Negro, José Alfredo, Javier, dos amigas suyas y yo. Ahí nos amanecimos. Serían como las seis de la mañana cuando tocaron la puerta.

Todo el mundo se calló. El Negro salió a ver quién era. Entró un tipo. Se veía muy mal. Nos saludó y se siguió de largo hasta la barra. El Negro caminaba detrás suyo, franqueó la puertita de la barra y comenzaron a hablar. Benja, abusado, me dijo José Alfredo. A lo mejor estos canijos van a echar bala. El Negro siempre tenía una pistola para lo que se ofreciera. Busqué con la vista si el recién llegado venía armado pero no, no vi nada. José Alfredo se levantó al baño. Yo lo seguí después. Adentro, mientras nos lavábamos las manos, me dijo: ese que está con el Negro segurito que es Jimy Castro. ¿Quién? Jimy Castro, ¿no te acuerdas de él? Ni idea. Bah. Regresemos.

No le di importancia. Volvimos a la mesa. El Negro estaba serio, el tipo le rogaba por otro tequila. Tú me viste, Negro: llevo casi cuatro días tomando. Tú te tomaste la primera botella conmigo. ¿Qué te cuesta pasarme otra? No tengo nada de dinero, nadita, mira: ni una moneda, ¿pero sabes qué? ¡Quédatela, nada más una botella te pido para curarme la cruda! Yo sé que ustedes se entienden, que ella te quiere y tú la quieres. Si se queda contigo, yo no tengo problema ni te los voy a dar: tú sabes que soy un borracho. El Negro lo miraba en silencio. José Alfredo tomó su botella y se cambió de mesa, a una más cercana a la barra, donde pudiera escucharlo todo. Luego me levanté a acompañarlo, para que pareciera que hablábamos de algo privado.

Yo te prometo que la dejo en paz, Negro. Te lo juro. Puedes quedarte con ella si quieres, yo sé que ella te quiere a ti. Puedes pegarme un tiro, pero antes dame una botella. Yo no pienso molestarlos y no lo haría porque sé que tú también la quieres. ¿Qué tanto más quieres? ¡Quédatela, pero por amor de Dios dame otra botella! Yo no voy a matarme por nadie, yo mi vida la vivo borracho. Tú dime que eres su dueño, destapa otra botella y brindamos por eso. Yo no voy a matarme por nadie: te la dejo, por Dios, te la dejo.

El Negro nos miró. Luego puso su vista en el hombre, le dio la espalda y caminó hacia una pequeña puertita empotrada en la pared. La abrió y sacó una botella de tequila. Se la dio al hombre. Tú de mí, Negro querido, no vuelves a saber más, le dijo. Que Dios te bendiga, que sean muy felices. Se levantó, nos dijo buenas noches y antes de cruzar la puerta bebió un buen sorbo de la botella.

Todos se quedaron en silencio, dijo Serrano. No me esperaba ese final. El viejo. Cheves y yo, que estábamos escuchando la historia que nos contaba Serrano, sonreímos. Siempre la cuenta. Cada vez mejor. Salud. Brindamos. Serrano, confundido, nos preguntó si sabíamos esa historia. Claro. Un día, en la cantina del Negro, nos la platicó. ¿Y? El Negro se casó con la mujer del Jimy Castro, dijo Cheves. ¿Entonces? Sí, fue cierto, completé. HAsta morir, de Caifanes, comenzó a sonar. Brindamos de nuevo. Por don Benja. Por el Negro. Por José Alfredo Jiménez.

Concepción, Chile. 16 de julio de 2010.

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