miércoles, julio 28, 2010

deivis&cheves 37

david chávez


Hay veces en que es mejor hacer lo que tienes que hacer, lo poco que sabes hacer. Lo único que sabes hacer. Ovalle y Pedro se levantan y van hacia la mesa en que don Benjamín y el gobernado platican, se saludan, se sientan, continúan platicando. Esto es raro, muy raro, me dice Bil. ¿Por qué? No hay guardaespaldas, dice. No creo que los necesiten, digo. Aquí hay gato encerrado, David, te lo digo yo. Será. Sé de alguien que sí necesitará guardaespaldas. Bil se vuelve. La miramos entrar por la puerta principal, deslumbrante. ¿Quién es ella? Sara, digo. En un instante Cheves me mira, mantiene su vista y yo alzo las cejas. Él me interroga con la mirada, le indico que se dé la vuelta, está a punto de colgar, baja su brazo, el celular, gira y antes que logre voltear ella le cubre los ojos con las manos.

Ya valió madre, digo. Tiro lo que queda del cigarrillo y entro a saludar. La famosa Sara, escucho a mis espaldas. Bil termina su cigarrillo y vuelve a la cocina. ¡Hey, David, los dos, qué gusto verlos! Igual, digo, al tiempo que saludo. ¿Cómo estás? Mírala, cómo va a estar, dice Cheves. Un raro fulgor tiene en los ojos, como si estuviera mil veces a la defensiva. Algo raro en él. Vaya, tienen bar lleno. Así es. Oh, este es Moz. Un tipo alto, mucho más alto que Cheves, parecido en extremo a Ovalle -ojos verdes, pelo ensortijado, rubio, tez morenaextiende su mano derecha, casi tritura la mía y pone la sonrisa más imbécil que he visto en mi vida. Me habían hablado mucho del bar, sólo que no había tenido tiempo, hasta ahora, para darme una vuelta, le explica a Cheves con su voz tan alta como para que yo también logre enterarme mientras acompaño a Moz. No te preocupes, les encontraremos un lugar. Esperen acá. Es la mesa de amigos. ¿Qué tiene de malo esta? Está reservada. Cheves y yo nos miramos: Bil acaba de salvar a David.

Discúlpennos. Apenas avanzamos él y yo cuando Sara ¡oye, allá está tu papá! Voy a saludarlo mientras encuentras mesa. Ninguno logra evitar que Sara interrumpa la charla entre Ovalle, Pedro, el gobernador y don Benjamín. Claro que me acuerdo de ti, mi niña, le dice y la presenta al resto de la mesa: los tres la miran como lobos al cordero. Son unos perros, ¿y tú no?, le digo a Cheves. Olvídalo. Necesitamos saber de qué putas hablan esos cuatro. Algo va mal, algo me dice que nos va a cargar la chingada y que no tenemos ni puta idea de cómo será. Tranquilízate. ¿A quién le llamas? Espera. Presiono el botón, la llamada se enlaza. Sara se disculpa, da un paso al costado, hurga en su bolso y saca su celular. Ingéniatelas, pero tenemos que saber de qué chingados están hablando en esa mesa. ¿David? Me mira, interrogante, no entiende nada. Urge. Está bien, responde. Cuelga. Camino casi arrastrando a Cheves a la oficina. De camino le digo a Renata dale algo al tipo ese, Moz, se llama. Ubícalo en alguna mesa: Sara se va a tardar. ¿Sara está acá? Hablando con don Benjamín. Pone cara de Mierda, esto no me lo pierdo por nada, y sale casi corriendo a la barra. La famosa Sara, dice Bil.

Cierro la puerta. Eres un cabrón. Espera. ¡No espero una chingada! ¡Tú sabías, tú tienes el número de Sara y me lo estuviste ocultando todo el tiempo! Mejor te lo digo de una vez. Llamo nuevamente, ven un poco, hay que aclarar las cosas. Cuelgo. Shhh, cierra los ojos. Cheves obedece, escucha cómo se abre la puerta de la oficina, escucha entrar de nuevo un poco de silencio cuando se cierra y repite eres un cabrón, son un par de cabrones, recabronsísimos cuando escucha la voz de Renata contarle lo nuestro. Y me lo negaste, me dice, abriendo los ojos. Sonríe. Renata se carcajea, ¿qué, pendejo: pensaste que David y Sara?, jajajajea y me abraza. Estás sudando, pinche Cheves. Y no es para menos. Falta saber quién es ese cabrón. Salen juntos, nada serio, no tiene planes de formalizar nada, no te preocupes, le contesta Damiana. Le pregunté, dice, antes que Cheves se lo pregunte. Mi celular suena. En el baño, dile a Cheves. Tienes que ir, le digo mientras cuelgo. ¿Dónde? Los baños. Ten cuidado, actúa natural. Asiente con la cabeza mientras sale. Un poco de música se cuela a la oficina.

Me preocupa que alguien venga y pase algo, me dice Damiana mientras enciende un cigarrillo y levanta el auricular del teléfono. ¿Algo como una balacera, que arrojen una granada y muramos todos? Ajá, dice. Pulsa los botones. También me preocupa Cheves. Estará bien. ¿Tú crees?, dice. La última vez ella lo hizo mierda. Tardó dos años en recuperarse y no lo veo del todo repuesto, agrega, hola, ¿cómo sigues? Sí, todo bien. Me levanto y enciendo un cigarrillo. Me siento en el escritorio y espero a que termine de hablar. Cuelga, me besa en la mejilla. Está mejor, me dice. Todos vinieron sin guardaespaldas. Por eso me preocupa. No pasa nada. Eso espero. Cheves entra, Sara lo sigue. Parece que ya sé lo que se traen. Sara sonríe, hola, dice, y saluda a Damiana. Vaya, parece que quien estuvo ausente fui yo, dice Cheves, molesto. Vete a la mierda, Sara le pinta un dedo, enciende un cigarrillo. Don Benjamín me comentó algo. Damiana pliega sus labios hacia dentro de su boca, ocultándolos, mientras alza las cejas, me mira y mueve los ojos en dirección a la puerta. Ustedes tienen que hablar, digo. Yep, Damiana se levanta. Cheves protesta, Sara igual y salimos. Los dejamos adentro. Damiana cierra con llave, da una vuelta, regresa la llave a su posición original. ¿No pensabas encerrarlos?, le pregunto. Ni siquiera se darán cuenta de que no tiene llave, dice. Ven, vamos a trabajar, me dice, y me agarra una nalga. Me sonrojo.

Concepción, Chile. 28 de julio de 2010.

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